martes, 25 de febrero de 2014

El deseo de poseerte,...

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  1. Para cuando el silencio hubo de presentarse, ya era tarde, te tenía justo enfrente de mis ganas, y no tenía opción de querer soltarlas. No me aposté ni un solo instante a entender, qué pasaría si me dejase llevar por tus palabras, hasta que vi cómo estas se envolvían en mis piernas, formando un tirabuzón sobre ellas, envolviéndolas en calor, que poco a poco se convertía en un deseo irrefrenable de poseerte.
    Tus labios de nuevo me regalaban unas cuantas palabras.
    -No me dejes pensar lo que voy a hacer, porque si lo hago tendré que echarte prácticamente de mi vida, temo que si ahondas más en ella, te conviertas en la sombra que no quiero que conozcas, ya te dije una vez, que no es buena idea que seamos amigos, no suelo saber serlo.
    -Y, ¿quién ha dicho que quiera ser tu amiga?.
    Mi mano se convirtió en labio y éste en la profundidad que navegaba por nuestras bocas, no volvimos a hablar hasta dos días después cuando saltó un mensaje en la pantalla de mi móvil deseándome un buen fin de semana. Mi respuesta no se hizo esperar, sabía que aún quedaban un par de horas para salir del trabajo y como pude me las apañé para encargar tu comida favorita y junto con una sola copa de vino, yo te miraría degustándolo, para luego ser tu postre de por la tarde.
    Me gusta ver como saboreas los taninos sobre mi pecho, dejando caer de tu boca una gota sobre tu barbilla para que la sed que provoca el alcohol que se refriega contra tu piel, refresque la mía, alcanzando un punto en el que los grados suben conforme siento como agarras con fuerza mis caderas, me subes a tu mesa, y tus dedos con suma rapidez desabrochan los botones que nos separan. Tu camisa vuela arrás de suelo, buscando un rincón donde guarecerse del calor que tu cuerpo le niega y que es ahora quien viste al mío. Bebemos de nuevo, el uno del otro, reímos con las miradas, y miramos con el mismo deseo que se desbordan tus caderas cuando empujan fuerte y certero en el interior de mi ser, cierro los ojos dejándome llevar hasta lo infinito de tus gemidos y comienzo a enlazarlos con los míos, así nos mantenemos durante minutos, largos minutos en los que se suceden los abrazos, se desploman los anhelos de los días pasados, las caricias que cosen tus labios dulcemente por mi cuello. Tus manos poseedoras de mi espalda, trazan retornos de sendas que van y vienen una y otra vez desde mi cintura empujando la tuya, hacia mis hombros que se arquean apoyándose en la mesa, realzando mis caderas para que una nueva embestida se adentre curiosa. Me inclinas hacia tu pecho, fundiéndolo con el mío, me miras dejándote caer sobre mí, es hora de estallar como cuando un volcán está en plena erupción.
    -Cielo, no aguanto más, deseo llenarte de mí.

    Antes de que yo pueda contestarte enredando mis dedos en tu cabello, siento como todo mi cuerpo comienza a desbordarse de amor, pasión. Todo queda en penumbra, solo el silencio de tu respiración rompe la calma. Alzas la mirada y con mi mano sobre tu boca, callo de nuevo un mudo beso que se deja escapar en el blanco de nuestra sed.

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